¡Qué extraño animal es el hombre! Nunca está en lo que tiene delante. Nos acaricia sin que sepamos por qué y no cuando le acariciamos más, y cuando más a él nos rendimos nos rechaza o nos castiga. No hay modo de saber lo que quiere, si es que lo sabe él mismo. Siempre parece estar en otra cosa que en lo que está, y ni mira a lo que mira.
Lo cierto es que la vida es dura y peligrosa: que aquel que persigue su propia felicidad, no la alcanza; que el débil ha de sufrir; que quien solicita amor se verá decepcionado; que el glotón no quedará saciado; que quien busca la paz, encuentra la guerra; que la verdad es sólo para los valerosos; que la dicha es sólo para aquel que no teme la soledad; que la vida es sólo para aquel que no teme la muerte.
La mar
Azul infinita, continua y extraña
que entonas canciones de día
Y por las noches parece hablarme en sueños
con el coquetear de tus olas que dan alegría.
Disfruto el instante de tenerte a solas.
Unas goletas diviso lejanas.
Ancladas en el puerto de Tela.
Discreta tus olas, permiten verlas más bellas.
De repente el ruido aparece, en fila.
Los negros y negras jugando rayuela.
Corretean tus olas, que tocan sus pies
descalzos y bellos, ligeros y grandes
Y yo sin detenerme un instante siquiera.
Siento tu música cantarme al oído.
Con notas precisas que el sol adornara.
Entrando a mi alma y en mi cuerpo dormido.
Y he decidido vivir mi vida como un cuento de hadas. Sólo que éste aún no está escrito. Soy yo la que elijo, paso a paso, momento a momento; soy yo la que escribo mi cuento
Basta. Estoy fuera. De los recuerdos. Del pasado. Pero también estoy perdido. Antes o después las cosas que has dejado atrás te alcanzan. Y las cosas más estúpidas, cuando estás enamorado, las recuerdas como las más bonitas. Porque su simplicidad no tiene comparación. Y me dan ganas de gritar. En este silencio que hace daño. Basta. Déjame. Ponlo de nuevo todo en su sitio. Así. Cierra. Doble vuelta de llave. En el fondo del corazón, allí, en aquella esquina. En aquel jardín. Algunas flores, un poco de sombra y después dolor. Ponlos allí, bien escondidos, te lo ruego, donde no duelan, donde nadie pueda verlos. Donde tú no los puedas ver.
Dormiré en la noche de tu pelo
en el filo de tu labio desvanecerme
ser tan sólo pigmento de tu piel
fósforo encendido en la médula de tu hueso
desposeerme
serte
en el músculo que tensa tus muslos
en la vena que azulea en tu muñeca.