A veces pienso que soy la oveja negra, de la familia. Claro que siendo tan sólo dos hermanas, a una le toca el papel de buena y a otra la de mala. Esta última parecer que soy yo.
No es fácil asumir ese papel, sobre todo cuando te lo cuelgan a modo de cartelito permanente, vamos así como una placa identificativa, para que cuando una niña comete un error, de manera inocente una voz, severa te agregue un defecto más a la interminable lista que comenzó a escribir el día que vine al mundo.
Se que a nadie le importa, pero necesito escribir lo que siento, lo que me sigue haciendo sentir, cada vez que me habla.
En el anterior post hablé de mi primer corazón, hoy os contaré algo que también me marcó.
Supongo que lo hizo por mi bien, claro que hay formas y formas de decir las cosas. Maneras de educar sin tener que pasar por aquella humillación.
Había dos turnos de autobús, el de las niñas mayores y el de las pequeñas. Yo por aquel entonces, con cuatro años, iba en el segundo.
Acerqué la mano a la ventanilla para sacar el vaho que me impedía ver el paisaje, unos veinte minutos separaban el colegio de mi casa. Allí estaba entre el asiento y la carrocería, lo cogí sin dudar, para mi era un tesoro. Un libro de una chica mayor.
Recuerdo que al llegar a casa, lo dejé, si malicia, en el cuarto contiguo a la cocina, encima de la mesa camilla. Al poco mi madre me llamó pidiendo explicaciones sobre aquel libro que no era mio.
- Lo encontré en el autobús, y lo cogí.
Su cara y sus palabras nunca las olvidaré:
- Por la tarde te acompaño a la parada del bus y le dices al conductor que lo has robado.
El pánico se apoderó de mi, no me sentía una ladrona, de hecho no lo era, pero aquellas palabras me hicieron sentir la peor niña del mundo.
Con el poco arte de una niña de cuatro años, intenté como malamente pude envolver aquel libro con papel de periódico, con la intención de dejarlo donde lo encontré. Pero no fue así, ella me acompañó a la parada y me hizo confesar mi delito delante de todas mis compañeras.
Nunca entendí su manera de educarme, de hacérmelas pasar canutas, hasta que comprendí que para ella, su única hija, en aquel momento, era la oveja negra de la familia.
Nota:
A pesar de todo, de los años y de que muchas veces no comprendí ni comprendo su manera de actuar, quiero dejar claro que la relación con mi madre es buena. Es cierto que nunca sentí el calor que una madre debe de dar a un hijo, es verdad que nunca escuché un te quiero. Confieso que esas palabras son necesarias, pero también os digo que por muchos años que pasen, por muchas ""putaditas"" que me siga gastanto, siempre será mi madre y siempre la querré
Desde este pequeño diario, cuento mi vida, lo necesito para liberarme de momentos que al recordarlos me hacen daño unas veces y otras me traen la alegría de tiempos pasados.
Por eso y por mucho más nunca, nunca le pediré explicaciones de porqué actuó así conmigo.